UN RULFO PARA VIVIR

Aunque leamos de nuevo los dos libros de Rulfo que ya leímos, vuelve a ocurrir el milagro; quedamos fascinados ante la maravilla del movimiento perpetuo de su obra que siempre cambia y nunca es la misma. Pensamos entonces que somos nosotros los que cambiamos  y es cierto, sin embargo existe algo extraordinario que nutre su ecosistema literario y que está más allá de nosotros porque es parte de su configuración; la arquitectura viva de su textualidad está diseñada para variar. En la estructura virtuosa de su literatura; el espacio, el tiempo, el silencio y la muerte se constituyen rompiendo sus propias reglas, no son límites para definir cómo, cuándo y hasta dónde debe moverse su autor, contrariamente, es Rulfo quien obliga al espacio, al tiempo, al silencio y a la muerte a deformarse para reinventar nuevas referencias. En ellas se juegan el mito y la revolución del lenguaje pero también la subjetividad y las profundas contradicciones de la condición humana. En la obra de Juan Rulfo está México, puede estar Formosa, cabe Latinoamérica y existe la Humanidad.  Podemos intuir realidades sin la necesidad de descifrar por completo el misterio del simbolismo rulfiano, podemos reinterpretar sus sentidos y poner de nuestra cosecha en cada pasaje, podemos jugar con una temporalidad circular para abandonar los carriles del tiempo lineal y recorrer las fronteras entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos, entre voces pasadas atrapadas en un presente  que se actualiza en cualquier momento dentro de enormes bucles sin bordes. Y es que la vida de Juan Rulfo está cifrada en su talento, contienen su timidez, sus sufrimientos, su pasiones, su preparación artística, su oído finísimo, sus miedos, sus silencios virtuosos cargados de armonía poética. El escritor se ha dedicado a mentirnos, a embaucarnos, a meternos el perro de sus combinaciones  que se apoyan en la realidad para transformarla y trascenderla, para que vivamos la intensidad de sus viajes extraordinarios. No necesitó acrobacias expresivas  ni artificios trambólicos, sus palabras se simplifican de un modo magistral  y son portadoras de complejidades profundas, como diría Wagensberg; evocan lo máximo con lo mínimo. Es poesía y música compuestas con una creatividad inexplicable que nos conmueve y cree ciegamente en nosotros, seamos quienes seamos sus lectores.

¿No les parece extraño conmemorar 39 años de la muerte de quien ha burlado la muerte  haciéndole un lugar entre nosotros?. Sus muertos aún no mueren, están ahí y seguirán estando acá. La interpelación es permanentemente artística y profundamente humana. Al decir de Juan Villoro, su paisano, “Pedro Páramo es la gran parábola de los excluidos  Son los despojados de la historia, Y esto es cierto, es una gran metáfora sobre quienes han sido excluidos del acontecer. Ahora bien cuál es el papel del lector, qué podemos hacer nosotros, y esto es muy importante porque pocas novelas han conferido tanta importancia a sus lectores como ésta, que es una novela donde los lectores tienen que establecer puentes de sentido. Entonces qué nos dice Rulfo, desde dónde leemos, desde dónde fisgamos, por qué rendija nos asomamos. Nosotros, los que leemos, estamos en el mundo de la historia, estamos en el mundo de los hechos. Nosotros estamos en el mundo del acontecer, del decurso de las cosas y observamos a los expulsados. La gran pregunta es qué hacemos por ellos. Con su humilde religiosidad nos piden que recemos, nos piden que los rescatemos, que ayudemos a redimirlos. Más allá de que esto pudiera ser posible, la gran responsabilidad ética que confiere Rulfo a sus lectores es, qué hacen ustedes por los otros. Han leído esta historia ¿Acaso harán lo suficiente para que esto no se repita...? Yo creo  que ahí tenemos nosotros un alto desafío ético en donde Juan Rulfo nos convierte también en sus personajes. Si no respondemos a este desafío, si no hacemos algo, es que también nosotros pertenecemos a la legión de los fantasmas".

Aunque no hayamos visto la chispa que en Don Juan encendió la llama que arde hace sesenta años, nos animamos a desparramarla y quererla porque nos humaniza y nos sensibiliza, nos conmueve y nos prepara para escuchar los murmullos y los silencios (los nuestros y de los otros). Tan rica en significaciones es la vida y obra de Juan Rulfo que nos quedamos cortos y encarnizados al momento de recorrerlas. Despojado de adornos innecesarios, de sobrecargas retorcidas; Juan Rulfo es libre e inamansable, lo es en sus silencios y en la refundación de los límites de la muerte y el tiempo. La potencia y la fecundidad simbólica del Llano en llamas y de Pedro Páramo son un motivo de goce estético (que resuena como un Sapucay en el torrente desprolijo de nuestro psiquismo), una oportunidad de reflexión que nos compromete como lectores a no guardarlos y a compartirlos con quienes queremos en este territorio formoseño en el rincón del mundo, casi tan cálido como Comala. 

(Publicado en Suplemento cultural Cronopio)





  

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