SALIR DE NOCHE



A Ramón Maldonado


Nos acostamos cuando empieza a amanecer. Vale la pena estar despiertos un rato más para ver la belleza del alba. Pero una vez que aclara, entramos al refugio y vamos a un rincón para dormir. Así es desde hace mucho, dormimos de día y nos levantamos cuando comienza a oscurecer. La noche es más segura para salir.   

Ahora es algo común. Pero no siempre fue así.  Transcurrió bastante desde que pasó lo que pasó. Hace muchos años que no hay electricidad, todas las comunicaciones cayeron y quedaron muertas desde entonces. Aquello sucedió rápido y los eventos fueron ocurriendo casi todos al mismo tiempo, como suelen encadenarse las desgracias. Arrancó ese verano sofocante; primero las quemazones y la humareda en todas partes, luego el apagón global, la explosión del virus, las olas de contagio y las muertes en masa…. hubieran visto lo que fue eso.  Más tarde llegaron las lluvias torrenciales, un largo temporal que se extendió por meses provocando la gran inundación. Finalmente, la noche, una noche espesa y larga que duraría más de tres años y después; sólo el silencio humano. 

 Pero ya pasó. Después del desastre vendría también un nuevo comienzo. Las masas de agua marrón que sepultaron el suelo y ahogaron el rumor de la muchedumbre fueron bajando. De a poco, quedaban al descubierto cientos de vehículos llenos de barro en las antiguas calles de asfalto ahora cubiertas de tierra y sedimentos. Y claro; los cadáveres y las moscas, restos humanos por todas partes secándose al sol o siendo comidos por aves de carroña.

Pero las cosas se acomodan, lo conocido se transforma y da lugar a un nuevo orden. Eso mismo sucedió.  El aire fue quedando limpio. Un silencio del todo distinto se iba despertando, la vegetación ganó terreno sobre el cemento y el metal de la ciudad en ruinas. Y los pocos que quedamos, que somos todos; aquí, sólo viviendo, que es todo. No nos falta qué comer, tenemos con qué vestirnos, dónde refugiarnos y descansar durante el día. Con el tiempo dejamos de preocuparnos, de insistir, de apropiarnos, de acumular, de depender y de escaparnos, dejamos de pensar en el tiempo, aprendimos a mirar sin nombrar demasiado y recién entonces apareció ante nosotros un mundo como por primera vez. Desde entonces, sólo es vivir, estar alertas, sensibles y atentos.

Tuvimos que descubrir la noche; sus ruidos, sus ciclos, su movimiento constante, sus sonidos, sus olores, sus colores y su profundidad. Salimos de noche, nos encontramos de noche, comemos de noche, trabajamos de noche, hablamos de noche, viajamos de noche, recorremos largos caminos durante la noche antes que salga el sol. A veces volvemos al refugio, a veces nos quedamos donde nos encuentra el día. Pero nunca, nunca andamos de día. Nos costó trabajo aprender eso, nadie nos enseñó, tuvimos que comprenderlo porque cuando por fin llegaba la calma y creímos estar a salvo, comenzó a ocurrir a plena luz del día. Pero ya lo sabemos; con la claridad llegan los peligros. Sale el sol y primero es allá, después más acá, luego en todas partes, se escuchan los gritos, no son gritos humanos ni animales. Y al rato, de todos los rincones llegan esas presencias con hambre que deambulan en pleno día. Muestran su fealdad y un sufrimiento descarnado. Tal vez no quieren hacer daño, pero lo hacen. Preferiría no contar las cosas horribles que nos ocurrieron cuando en la primera época del nuevo tiempo anduvimos bajo el sol sin saber de qué eran capaces estas criaturas. Nos costó darnos cuenta al principio, todo cuesta cuando tenemos miedo. Pero eso, el miedo, también se fue. 

Aquellas presencias se mueven como fantasmas errantes, son miles. Buscan alimentarse. Sus cuerpos se descomponen, despiden un olor nauseabundo que puede sentirse a la legua cuando los días son más calurosos. Escuchan siempre, permanecen atentos siempre, usan el oído y el olfato para cazar, pero también perciben el parloteo interior de sus presas y atacan. No se cansan jamás. Pero al final del día dejan de moverse y se van quién sabe a dónde y entonces nosotros salimos.

Nuestro alrededor nocturno crece, ya vemos mejor de noche. Aprendimos a mirar y a escuchar en silencio, sin motivos, tal vez por eso seguimos aprendiendo, vemos la belleza y la fealdad sin tocarlas con el pensamiento como lo hacíamos antes. Sin negar, sin rechazar ni aceptar, sólo ver lo que es.

Cae la tarde y anochece lentamente. De todos lados van llegando los pájaros, miles de ellos en bandadas incontables. Es como un inicio vital renaciendo del presente, como nosotros, que también somos el presente y el lugar donde estamos ahora.


Una postal del crepúsculo se alza en esta parte del mundo. El último horizonte naranja de la tarde en medio de dos oscuridades; arriba y abajo, del cielo y la tierra. Ya estamos despiertos y listos para salir. Con todo y después de todo; Formosa sigue siendo hermosa. Lo sabemos y lo sentimos; hoy será una noche extraordinaria.




       Foto: Ramón Maldonado


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