MONASTERIAL
Aguardo en silencio,
aún oigo tu voz en los pasillos de mi cuerpo.
Tu aliento de lluvia permanece
se queda en el aire
moja mis sombras
fragua las columnas unidas a la base
de la obra incompleta que soy;
un templo vacío en un monte sin senderos.
Recuerdo,
veo los arcos de mi memoria
cargando el peso de tu ausencia cardinal.
Tu calor vertical
a plomo perfecto
cierra la entrada,
florece en las orillas de mi boca
puertas adentro.
La obra total renace en tu piel
del cálculo curvo en tu cintura
del plano espacial de tu deseo
del río profundo tus ojos.
Tu espalda se tuerce
tensa por dentro
el acero subcarnal de mi estructura
unida con tu savia
argamasa concreta.
La arquitectura de tus pechos
compone un altar nocturno
sin ornamentos
sin cruces
libre de dioses
y de miedos
en el centro de todas partes.
Tu voluntad desnuda
alza las vigas de mi tiempo
músculo por músculo
sin fracciones
ni límites
y afirma en la cumbre
su fuerza interminable.
Las dimensiones de tu piel
que no se pierde
no deja que me pierda
mientras me busco suspendido
de nuevo hacia atrás
y un pasado siempre actual
me vuelve un fantasma
por ahora.
La carne maderosa de mi espalda
une sus trabas con dolor y sangre.
Guayacán y tiempo.
Camino;
siento los bloques simétricos de piedra
de un suelo pulsional y firme
en los pasillos de este cuerpo quieto
que me guarda
y me condena.
En los altos salones
de este templo oscuro y solitario
gruesas paredes se levantan a mi paso
ladrillo por ladrillo en plena sombra.
Se abren puertas vivas
con tu nombre
la memoria del fuego hace el milagro;
arden los techos sin quemarse
grandes ventanas con tu voz
se abren de par en par.
Y otra vez
cruzando los umbrales
bebiendo relámpagos del cielo de tu boca
estoy afuera
porque llegaste
comiéndome a bocados
dándote a mí
para que coma y no muera
hasta que vuelva a salir
de mi propia casa.
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